La única providencia política que dio Alfinger en la provincia de Venezuela, y que no llevó el sello de su carácter, fue la institución de su primer Ayuntamiento, en la ciudad de Coro, que había ya fundado Ampues, y como Juan Cuaresma de Melo tenía de antemano la gracia del Emperador para un Regimiento perpetuo en la primera ciudad que se poblase: le dio Alfinger la posesión de Coro, con Gonzalo de los Ríos Virgilio García y Martín de Arteaga, camisetas futbol 2024 que eligieron por primeros alcaldes a Sancho Briceño y Esteban Mateos. A pocos pasos de ella se encontró con Juan Maldonado, que había salido con igual designio de Mérida, ciudad que acababa de poblar en 1558 Juan Rodríguez Suárez al pie de las Sierras Nevadas bajo la advocación de Santiago de los Caballeros; y que el mismo Maldonado había trasladado a mejor temperamento en el valle que ocupa actualmente, circunvalada de los ríos Chama, Mucujun y Albarregas. Al lado de las monturas, sobre el ijar derecho de las caballerías, colgaban en rollo las sogas llaneras, cuyo extremo se anudaba a la cola de cada trotón.
Después, entre yerbales llovidos donde las palmeras iban enderezándose con miedo, proseguimos la busca de la bestiada, y ambulando siempre, cayó sobre nosotros la noche. Se equivoca usted, señor, tanto en sus conceptos como en el camino que busca. A pesar de la resolución en que estaba González de vivir retirado hubo de prestarse al socorro del país, y cediendo a las instancias de don Luis de Rojas, que había venido a suceder a Pimentel en el Gobierno, salió en busca de los caribes y habiéndolos hallado en el Guárico los batió, derrotó, y sujetó a la obediencia. Los perros, alrededor del toro yacente, le lamían la cornamenta. De todo nuestro pretérito sólo quedaría perdurable la huella de los pesares, porque el alma es como el tronco del árbol, que no guarda memoria de las floraciones pasadas sino de las heridas que le abrieron en la corteza. Y otra vez nos alejamos por el desierto oscuro, donde comenzaban a himplar las panteras, sin resolvernos a descansar, sin abrigo, sin rumbo, hasta que la aurora tardía abrió su alcázar de oro a nuestra desfalleciente esperanza. Atravesado en la montura, con el vientre al sol, iba el cuerpo decapitado, entreabriendo las yerbas con los dedos rígidos, como para agarrarlas por última vez.
Al toparme, se enmatorró, y yo, receloso de sus arrestos, paré las riendas. ¿Para qué las ciudades? Tres siglos de existencia, en que se han visto elevarse muchas ciudades de la América al rango de las más principales de la Europa, justificarán siempre la política, la prudencia y la sabiduría del gobierno que ha sabido conservar su influjo sin perjudicar a los progresos de unos países tan distantes del centro de su autoridad. Cuando íbamos tan distantes del hato que sólo se advertían los airones de sus palmeras, el mulato se desmontó a cargar la escopeta. ¿Tu escopeta? Debe estar con mi montura en los toldos. Salieron del hato quince jinetes a las dos de la madrugada, replicas camisetas futbol después de apurar el sorbo de café tinto tradicional. Por eso repetí que íbamos a la vega del Pauto, pa que lo oyeran los «mucharejos» que componían las puertas del corral. Quizá mi fuente de poesía estaba en el secreto de los bosques intactos, en la caricia de las auras, en el idioma desconocido de las cosas; en cantar lo que dice al peñón la onda que se despide, el arrebol a la ciénaga, la estrella a las inmensidades que guardan el silencio de Dios.
Apoyando en el tranquero los codos, comencé a llorar con llanto fácil, sin sollozos ni contorsiones; era que la fuente de la desgracia, vertiéndose de mis ojos, me aliviaba el corazón de tan desconocida manera, que permanecí un momento insensible a todo. Era la intención de Losada llegar a sus fines más bien por los medios de la paz y la conciliación que por los de la violencia y el rigor; sin emplear en otra cosa las armas que en la propia defensa y seguridad. ». Ansina se las eché, pero el maldito no se ofende por náa. No consiguió Conopoima contra los españoles en esta jornada otra cosa que acreditar que había entre sus vasallos quien imitase el heroísmo de las más grandes naciones. Espantado con el estruendo, el ganado se esparció por todas partes, y mientras se empleaban los españoles en recogerle, cargaron sobre ellos los indios con tal denuedo que no se pudo sin haber hecho un gran estrago conseguir ahuyentarlos y llegar a los altos de la montaña para dar algún descanso a la gente. Allí en esos campos soñé quedarme con Alicia, a envejecer entre la juventud de nuestros hijos, a declinar ante los soles nacientes, a sentir fatigados nuestros corazones entre la savia vigorosa de los vegetales centenarios, hasta que un día llorara yo sobre su cadáver, o ella sobre el mío.