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No soy de tu opinion Arturo amigo, contestó el otro; creo conocer el carácter de Camila, y este conocimiento me dice que es incapaz de darme una broma semejante, máxime, cuando habiamos convenido con su tia, que, de aquí las acompañaria al teatro. Leído, desgraciadamente, mucho. Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universida¬des; no habría hogar que, en estante de honor, equipaciones de futbol baratas no tuviera ese libro que usted pide. Calcule usted que en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual. ¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Piense esto: Si cada libro contuviera una verdad, una sola verdad nueva en la su¬perficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable.

Dejarémos para otra pluma mas feliz la descripcion de este bello cuadro, y nos contraerémos a seguir de cerca á dos jóvenes; que, envuelto el uno en los anchos pliegues de su elegante buckingam, y cubierto el otro con el emboce de su pardo talma recorrian de estremo á estremo, interior y exteriormente la Recoba Nueva. Los valles de Aragua recibieron una nueva vida con los nuevos frutos que ofreció a sus propietarios la actividad de los vizcaínos, ayudados de la laboriosa industria de los canarios. Me escribe un lector: «Me interesaría muchísimo que Vd. escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)». Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. ¿Cree usted acaso, por un minuto, que los libros le enseñarán a formarse «un concepto claro y amplio de la existencia»? Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre lle¬gará a esa fatal palabra terminal: «Pero sí esto lo había pensado yo, ya». Eso sí es bien pensao. No se engañe a sí mismo.

El gran püeblo de Buenos Aires, en cuyas sienes se ostentan los verdes y gloriosos laureles de Mayo, acababa de despertar del horroroso letargo, en que la ambicion desmedida del general Urquiza y las mezquinas y torpes miras del caudillo Lagos, camisetas futbol lo habian hundido con nueve meses del mas estrecho sitio. Las músicas militares colocadas al frente del departamento general de policia, regalaban á la numerosa concurrencia, hermosas y variadas melodias, que mezcladas con el susurro de las ondulantes banderas y con el murmullo suave de las mansas ondas del vecino y plateado río, daban á aquel hermoso cuadro una dulce y mágica animacion. Los follajes de las palmeras que nos daban abrigo enmudecían sobre nosotros. ¿Para qué sirve esa cultura de diez mil libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? La viva claridad que arrojaba éste sobre el nevado frontis de la catedral, casa de justicia, departamento de policia y recoba nueva, parecía decir á la concurrencia estrangera-He ahí los interpretes fieles del adelanto y cultura del pueblo porteño. Había salido el sol, y, sobre los grandes reflejos que extendía en la llanura, avanzaban las reses descopando la grama.

Las músicas entonaron el inmortal Himmno Nacional, à cuyo mágico sonido laten enchidos de entusiasmo patrio, los corazones Argentinos. El primero a quien pertenece esta gloria fue Diego de Ordaz, que después de haber perdido a manos de los indios y las enfermedades casi toda su gente, llegó hasta Uriapari, desde donde pasó a Caroao, y sus habitantes, deseosos de deshacerse de los españoles, les hicieron creer que más arriba hallarían innumerables riquezas. La gente que hasta experimenta difi¬cultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad del escritor es su¬perior a la de sus semejantes y está equivocada respecto a los libros y respec¬to a los autores. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. El mocetón que llegó con Franco me miraba con simpatía, sosteniendo entre las rodillas desnudas una escopeta de dos cañones. Sus minas no atraían las flotas y los galeones españoles a sus puertos, y las producciones de su suelo tardaron mucho en conocerse en la metrópoli; mas a pesar de esta lentitud vemos que apenas se desarrolla su agricultura, obtiene el fruto de su primitivo cultivo la preferencia en todos los mercados, y el cacao de Caracas excede en valor al del mismo país que lo había suministrado a sus labradores.

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